Historiletras: Libro I. Capítulo II

miércoles, 10 de julio de 2013

Libro I. Capítulo II

Por una vía, con un empedrado limpio y bien esmerado, en el que se reflejaba la luna, cabalgaban dos équites que procedían del acuartelamiento romano de Saguntum[1]. Salieron de la vía y se dirigieron por un camino hacia un pequeño bosque que estaba a poco más de una milla.
Ya en la arboleda, tomaron un sendero, y pronto llegaron a la casa a la que se dirigían. Se apearon y ataron las riendas de sus caballos a una gran argolla que había junto a la entrada, luego golpearon la puerta y esperaron hasta que les abrieran.
        -¡Abrid la puerta, somos los pretorianos de Tito Flavio! –gritó uno de ellos.
    -¡No grites tanto, Vibio! ¡Nadie debe saber a lo que hemos venido! –le contestó el otro, muy preocupado por no ser descubiertos.
No tardó en aparecer la muchacha, quien les hizo pasar al atrio, nerviosa y aliviada por su presencia.
La muchacha, que ya llevaba mucho rato esperándolos, les indicó la escalera que, desde el atrio, subía hasta los aposentos donde el herido agonizaba.
Subieron y entraron en la habitación. Seguidamente se acercaron hasta unos dos metros del camastro. Sus rostros, al ver al herido,  reflejaban pena y dolor
      -¡Tito! ¡Sí, es Tito! -gritó uno de ellos.
      -¡Por todos los dioses, Tito Flavio! ¡Que sangría! –exclamó también el otro.
Intentaron en vano despertarlo, con el desagrado de la muchacha, pues sabía que no le convenía despertarse en su estado.
La chica les rogó que aguardasen a que viniese en sí por su natural, y les ofreció comida y bebida. Ellos aceptaron y todos bajaron al piso inferior de la casa.
Los dos équites se acercaron a una mesa, que tenía un candil que iluminaba más bien poco, y se sentaron en unos taburetes. Los dos, aunque eran fornidos, mostraban el agotamiento de mucho tiempo sin descansar.
La muchacha les llevó una jarra de vino mostrando un semblante muy serio, por causa de su preocupación.
      -No sé si sobrevivirá, está muy débil. Es milagroso que haya conseguido llegar hasta aquí con esas heridas.
      -No puede morirse, ¡por los dioses que hay que hacer lo imposible! –le respondió uno de los jinetes.
      -Es muy importante que nadie sepa lo sucedido. Después del asesinato de Julio César cualquier rumor sobre el estado de Tito sería desastroso para nuestros intereses. Sin duda, alentaría a nuestros enemigos. ¿Queda claro?, -le dijo el otro jinete a la chica.
      -¡Entiendo! –dijo ella, angustiada-. ¡Nadie sabe nada, ni de aquí saldrá noticia alguna! Pero…No debe moverse de aquí hasta que se recupere.
       -Bien, aquí se quedará. ¡Y con él, uno de nosotros! -le contestó uno de ellos.
      -¿Y mi padre? –Preguntó la muchacha- ¿Cuándo regresará?
      -Quinto nos avisó de lo sucedido y partió –se levantó y se acercó a la chimenea para calentar sus manos-. No lo esperes pronto.

Después de haber comido y bebido, subieron a la habitación del moribundo, rebuscaron entre sus pertenencias, y hallaron algo que premeditadamente buscaban. Era una caja de madera que contenía unos pergaminos con documentación y varios bocetos dibujados.
Seguidamente, uno quedó haciendo guardia en la habitación, y el otro se hizo cargo de los documentos y se despidió.
      -No puedo aguardar a que despierte. Es preciso salir urgentemente. ¡Sexto, cuando venga en sí debes intentar averiguar que habló con  Octaviano[2], y que le ha ocurrido!
      -A juzgar por lo que lleva escrito en su cuerpo, no hay duda de ello, ha debido encontrarse con hombres de Lépido, o Marco Antonio ¿no crees Vibio? –le contestó su compañero.
      -No saquemos conclusiones aún –paseó por la habitación en círculos, muy reflexivo-. Estas heridas no son de hace semanas, son muy recientes. Han podido ser emboscados por bandidos. Aunque… desviarse a su paso por Tarraco[3], o de Saguntum para aparecer en Lauro, parece por algo más grave que un tropiezo con simples bandidos. Por eso, es imprescindible hablar con él y averiguar que ocurrió, y que planes tiene Octaviano desde Roma. Sea cual sea el desenlace, aguarda aquí. Te enviaré a tus hombres a recogeros y nos veremos en Saguntum.

Dicho esto, la chica lo acompañó hasta la calle, y él, antes de subir a su montura, le pidió que pusiera a cubierto y oculto el caballo de su compañero.
La muchacha le enseñó los restos del pretoriano incinerado, y le entregó lo que todavía estaba servible: casco, escudo, gladio y pugio[4].
Seguidamente, se marchó.
La muchacha subió, luego, otra vez a la habitación y se dio cuenta que el militar bostezaba repetidamente. Le ofreció una guardia de tres horas para que descansase e irse relevando mutuamente. Él aceptó de buen grado. La chica le dispuso una habitación improvisada en el desván, arriba de la trampilla con la escala de cuerda.
El militar se llamaba Sexto Petrus, nacido en la mismísima Edeta[5] en el día de su destrucción por las tropas de Sertorio, en batalla contra Cneo Pompeyo el Grande. Era paisano de la muchacha, quien a pesar de ser descendiente de los Flavio,  originarios de Veius[6], tenían muchas posesiones cerca de Valentia Edetanorum, después de que los veteranos de Décimo Junio Bruto Galaico se asentaran allí, hacía casi cien años, ya . 
Sexto tenía treinta años, y provenía de familia acomodada, pero no rica. Su familia, tras la destrucción de Edeta dejó éstas tierras para instalarse más al norte, cerca de Saguntum. Fue reclutado en la subprovincia de la Edetania, de la región Tarraconense, en la provincia de la Hispania Citerior, para servir en la IX Legión del nuevo Legado[7] Tito Flavio, y había sido trasladado desde su Hispania natal al corazón del Imperio en una odisea interminable de idas y venidas de su cohorte[8] paseándose por  las campañas militares de César.
Era un jinete magnífico pues desde niño había cabalgado a lomos de los mejores caballos del mundo, allí en su tierra. Tenía la tez morena, tupida con barba de varios días, y a pesar de mostrar cansancio, su porte era magnífico. Su expresión seria no reflejaba, para nada, sus verdaderas emociones que, aunque a veces le costaban asomar, eran nobles y sinceras.

Invitado por la chica, Sexto se echó a descansar, pero su propio cansancio no le permitió dormir. Daba vueltas sobre su lecho sin encontrar acomodo. El estado en el que había encontrado a Tito le producía angustia y ansiedad. Cuando consiguió tranquilizarse, recordó unos hechos muy lejanos en lugar y en tiempo. Unos hechos que le habían hecho estremecer siempre que los recordaba.




[1] Nombre romano de Sagunto.
[2] Cayo Octavio Turino. Hasta el 44 a.C. “Octavio”, entre el 44 a.C. y el 27 a.C. Julio César “Octaviano” y  a partir de entonces “César Augusto”, primer emperador romano.

[3] Nombre romano de Tarragona.
[4] Puñal o daga.
[5] Nombre íbero de Líria.
[6] Veyes, en Italia.
[7] General romano de rango senatorial, con mando sobre legiones.
[8] Unidad militar equivalente a la décima parte de una legión, compuesta  por tres manípulos (de 160 legionarios), cada uno compuesto por dos centurias (de 80 legionarios)

No hay comentarios:

Publicar un comentario